JOAN B. CULLA I CLARÀ
Democracia bananera
JOAN B. CULLA I CLARÀ 14/05/2010
Aparquemos por hoy las cuestiones de fondo. Dejemos de lado el coste imprecisable de la reforma, su impacto desconocido sobre la vialidad en el Eixample, la pérdida durante al menos una década de la capacidad de miles de árboles para absorber CO2, las consecuencias en el día a día ciudadano de unas obras que durarían bastantes años; prescindamos incluso de las graves objeciones que han planteado profesionales tan poco sospechosos de inmovilismo como el arquitecto Josep-Antoni Acebillo o el urbanista Jordi Borja. ¿No han dicho sus promotores que la consulta sobre la Diagonal es, por añadidura, un saludable, un modélico ejercicio de democracia participativa? Pues analicémosla sólo desde esta perspectiva jurídica, política y procedimental.
Aun cuando el Parlamento catalán aprobó hace apenas dos meses una Ley de Consultas Populares mediante referéndum, la que se desarrolla esta semana en Barcelona no se rige en absoluto por aquella norma, sino por una reglamentación ad hoc. Como consecuencia de ello, y siguiendo el (mal) ejemplo de las recientes consultas independentistas, el derecho de voto no se basa en el censo electoral, sino en el padrón, lo que permite participar a los extranjeros incluso en situación irregular, igual que a los barceloneses de entre 16 y 18 años. Más aún: se promueve un voto electrónico no avalado por ninguna norma legal ni tutelado por ninguna administración superior, las mesas carecen de interventores o apoderados que controlen la limpieza del proceso, y la votación se prolonga durante toda una semana, algo sin precedentes en la práctica democrática europea.
De todos modos, los que acabo de enumerar son pecata minuta frente a la inaudita campaña que ha precedido a la consulta. En cualquier democracia digna de tal nombre habría habido una campaña institucional -del Ayuntamiento barcelonés, en este caso- para divulgar con neutralidad los términos de la votación e incitar a participar en ella. Y luego cada partido hubiese propugnado a sus expensas la opción de voto que juzgara preferible. Aquí, se ha desarrollado una campaña única, institucional por la financiación pero partidista por el contenido, que reflejaba en exclusiva las tesis de la minoría gobernante en la ciudad, PSC e ICV: ni en la carpa instalada en los Jardinets de Gràcia, ni en los folletos editados por la corporación municipal se cita siquiera la opción C, la de dejar la Diagonal como está. Para colmo, a falta de junta electoral y de control judicial, esa propaganda sesgada ha seguido difundiéndose en paralelo a las votaciones, mientras (véase EL PAÍS del martes) 114 "informadores" pagados con los impuestos de todos se dedican a cazar votantes incautos para las opciones A o B igual que hacían los agentes caciquiles en tiempos de Romero Robledo.
¿Se imaginan ustedes una hipotética consulta sobre la energía nuclear en la que actos y banderolas a favor del sí estuvieran pagados por la empresa propietaria de la central de Ascó? ¿Se imaginan, sobre todo, lo que dirían en tal caso los amigos de Iniciativa? Bien, pues la empresa privada Tramvia de Barcelona ha sufragado buena parte de la campaña a favor de las opciones A o B -que, casualmente, incluyen ambas el tranvía- ante el entusiasmo de las izquierdas locales. Tal vez porque, según se dijo en un coloquio promovido por la plataforma Diagonal per a Tothom el pasado día 6, oponerse al tranvía... es de derechas.
Lo grotesco de tales argumentos, la demagogia de pretender que la reforma se ha concebido a favor de la movilidad de los discapacitados, la desfachatez de metamorfosear la Cursa de la Mercè en Cursa de la Diagonal y trasladarla de septiembre a mayo, para mostrar qué puede dar de sí la avenida como espacio "lúdico y deportivo", todo esto sería risible si no desvelase qué concepto tienen de la democracia y de la participación ciudadana los ideólogos de la consulta: un concepto digno de Rafael Leónidas Trujillo o de Anastasio Somoza. Un concepto bananero.
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