El sábado 10 de abril, la conmemoración del 70º aniversario de la matanza de oficiales polacos en Katyn por orden de Stalin fue sustituída por la muerte súbita de quienes iban a protagonizarla: el Presidente Lech Kaczynski, su esposa y 94 altos cargos civiles y militares. Fabricado en la Unión Soviética pero pilotado por polacos, el avión Tupelov que los conducía se estrelló en los bosques de la región de Smolenska, en medio de una densa niebla. Putin presentó de inmediato sus condolencias al primer ministro polaco, Donald Tusk. Cuatro días antes, había sido el primer gobernante ruso en reconocer la masacre del 40, pero recordando a su vez que con ella Stalin se había vengado por la muerte por hambre y enfermedades, en 1920, de 32.000 soldados del Ejército Rojo capturados por los polacos.
Presidente de Polonia desde 2005, con un año en la cárcel por “antisocialista” y varios de militancia en Solidarnosk que le hicieron tan popular como su hermano mellizo -ex primer ministro-, Kaczynski fue un campeón de la derecha más dura, tan incómodo para los rusos como para sus socios de la UE. Cuando los líderes extranjeros se disponían a asistir a su entierro en la catedral de Bratislava, ya había estallado el disenso entre los propios polacos: muchos se oponían a que Kaczynski y señora fueran instalados en un espacio hasta ahora reservado a los más grandes de la nación. La expansión de la nube volcánica procedente de Islandia impidió a su vez la asistencia de los líderes extranjeros.
Con la nube volcánica, se extendió a lo largo de Europa una alerta generalizada que trajo una paralización del tránsito aéreo económicamente desastrosa para todos y humanamente implacable con los pasajeros en espera. Mientras tanto, una oleada de crisis políticas impulsadas por la crisis financiera iniciada en EEUU hace tres años con sus grandes culpables impunes y los controles gubernamentales sin acordar, sigue golpeando de variadas maneras a los veintesiete estados de la Unión Europea y, sobre todo -aguijoneados por el escándalo de Grecia- a los dieciséis de la Eurozona. Bélgica radicaliza, precisamente en Bruselas, ese largo enfrentamiento entre flamencos y walones capaz de romper al Reino antes de lo imaginado: en junio serán las legislativas. Hungría sustituye ocho años de gobierno socialdemócrata mediante otro, conservador, presidido por Fidesz, que promete, rotundo, crear empleos, rebajar impuestos y reducir la burocracia. Sarkozy sigue perdiendo peso después de las regionales, exhibiéndose mucho menos y clausurando las reuniones diarias cada mañana del equipo de asesores que supuestamente orquestaba su agenda diaria. Merkel desconcierta a sus colegas al condicionar la ayuda urgente a Grecia a la estabilidad del euro, acosada por su socio liberal, castigada por una cadena humana de 120 kms en protesta contra su política nuclear. Ya no puede ocultar sus dudas, a la espera de lo que decidan las elecciones del 9 de mayo en la poderosa Renania Westfalia. Berlusconi pone en escena sus groseras discrepancias con sus propios aliados: televisada disputa con Fini, a quien Bossi querría excluir de la coalición. Y Brown protagoniza la derrota del laborismo en las elecciones británicas, ante el Partido Conservador de Cameron que, al no ganar la mayoría absoluta, busca aliarse con el liberal-demócrata Clegg,estrella de la campaña pero muy castigado por el sistema electoral, cuya reforma exige. Si Cameron y Clegg no llegan a un acuerdo, Clegg bien podría acordar una alianza con los laboristas. “Hemos asumido el lugar del Laborismo en la política del Reino Unido para pasar a ser el lugar natural de la política de progreso”, afirmó durante su campaña.“Venimos de la misma tradición histórica”. Descendiente de un noble ruso que fue procurador del Senado en la Rusia imperial, hijo de una holandesa, educado en grandes universidades, casado con una vallisoletana, dándole nombres españoles a sus tres hijos, , eurócrata como su mujer en Bruselas, eurodiputado antes de entrar en los Comunes, capaz de hablar fluidamente además del inglés paterno y el holandés materno el español de su mujer, el alemán y el francés, cuesta imaginar a otro líder con tantas capacidades para ayudar a todos en el urgente reajuste de las estructuras y las políticas de la UE.
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