lunes, 12 de abril de 2010

MAGISTRAL REAPARICIÓN DE ENRIC GONZÁLEZ EN EL PAÍS

Me alegra reencontrar a Enric González en El País. Lamento que su espléndido artículo confirme mi escepticismo acerca de la proclamación, a mediados del 2011, de un "Estado Palestino" anunciada por Fayad.


REPORTAJE: VIAJE A CISJORDANIA

Ramala brilla en el escaparate

La otrora devastada capital administrativa de la Autoridad Nacional Palestina rezuma ahora vitalidad económica. ¿Un espejismo?

ENRIC GONZÁLEZ 11/04/2010

Podría la paz parecerse a esto? Quizá sí. Quizá la paz conllevara un crecimiento económico superior al 8% anual, unas calles seguras y bulliciosas, un fuerte auge de la construcción, una relativa abundancia de coches de lujo. Esto ya existe en Ramala, la capital administrativa de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Por distintas razones, tanto el primer ministro palestino, Salam Fayad, como el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, exhiben Ramala como un éxito. Cualquiera que pasee por Ramala puede pensar que la paz está a la vuelta de la esquina. Y que, como asegura Fayad, el Estado palestino será triunfalmente proclamado a mediados del año próximo.

Nada es imposible, y menos si se contempla desde la barra del Orjuwan Lounge de Ramala, un refinado bar-restaurante con un excelente surtido de whiskys que desde su inauguración, en 2009, se llena cada noche. El propietario, Saleem Sakakini, posee también una empresa de asesoría corporativa y está tan ocupado que no puede hablar con la prensa.

Mucha gente en Ramala lleva una vida agitada. Empieza a hablarse de "milagro económico" y el auge comercial resulta indiscutible. Establecimientos como el Café de la Paix, Sangria's, Stone's y otros similares han abierto en los últimos años, igual que gimnasios y salones de belleza. El empresario Bashar Mashri, palestino con pasaporte estadounidense, promueve la construcción de una ciudad para 40.000 vecinos en las afueras de Ramala, con un presupuesto estimado en 1.500 millones de dólares respaldado por inversores de Qatar.

Hay grúas y nuevos edificios por todas partes. Hay señales de tráfico en cada esquina, e incluso señales que avisan de la proximidad de una señal. Hay policías con alcoholímetros (un detalle de la Unión Europea), aunque la población bebe poco y no existe por el momento, que se sepa, un reglamento sobre niveles máximos de alcoholemia para conductores.

Oualid Husseini, propietario del Zaman, un concurrido café en el centro de Ramala, atiende a unos 600 clientes diarios ("locales", precisa, "en general estudiantes universitarios y jóvenes profesionales; no buscamos clientela extranjera, aunque tengamos alguna") y considera que Fayad, el primer ministro palestino, hace un buen trabajo: "La Autoridad Nacional Palestina ha restablecido la seguridad y ha creado unas reglas que funcionan". Para eso precisamente fue nombrado Fayad, un antiguo ejecutivo del Fondo Monetario Internacional, respaldado por Estados Unidos, cuyo partido, Tercera Vía, apenas sacó un puñado de votos en las elecciones de 2006. La tecnocracia y la cooperación con Israel en materia de seguridad han dado sus frutos. Hasta ahora.

Nahed, una joven árabe israelí, soltera, residente en Jerusalén, frecuenta las noches de Ramala. "Es una ciudad animada e internacional, y suele haber fiestas; además es más barata y más divertida que Jerusalén", explica. La decadencia del lado palestino de Jerusalén, agobiado por la construcción de colonias israelíes, por los desahucios de palestinos y por las restricciones para construir en los barrios palestinos, además de por la tensión que caracteriza a la ciudad más disputada del planeta, es una de las razones por las que Ramala, a sólo 15 kilómetros, se ha erigido en una alternativa favorable para quien sólo quiere trabajar, vivir tranquilo o divertirse.

Conviene considerar que Ramala, desde siempre la más liberal de las ciudades palestinas, fue hace menos de 10 años escenario del brutal linchamiento de dos soldados israelíes por parte de una multitud sedienta de sangre. Eran los tiempos de la Segunda Intifada. En 2002, Ramala fue devastada por las tropas israelíes. Lo que existe ahora parecía imposible hace sólo cinco años, cuando bandas de encapuchados armados se tiroteaban por las calles y era casi un suicidio salir de noche.

Evidentemente, Ramala sigue siendo territorio ocupado, y aunque forma parte de la zona A establecida en los acuerdos de Oslo, lo que otorga a la Autoridad Palestina el "control civil" y a la policía palestina la responsabilidad del orden público, el Ejército de Israel no se priva de realizar incursiones cuando le conviene.

Si uno lee los últimos datos macroeconómicos mientras sorbe un capuchino en uno de los modernos establecimientos de Ramala, hay razones para la esperanza. El crecimiento ronda el 8%, el desempleo no llega al 20% (superaba el 50% en 2005), sube exponencialmente el turismo (en 2009, la ciudad de Belén acogió 1,5 millones de visitantes) y el comercio aumenta a un ritmo del 35% anual. El presidente palestino, Mahmud Abbas, y su primer ministro, Fayad, han trazado además una estrategia de "resistencia pacífica" contra la ocupación israelí, con la que esperan canalizar el profundo resentimiento de la población hacia vías no violentas: boicoteo a los productos de las colonias israelíes en Cisjordania, rechazo de los empleos ofrecidos por esas mismas colonias y, en general, fomento de un cierto nacionalismo constructivo.

Si uno quiere, puede oler algo parecido al aroma de una paz más o menos próxima. Pero hay que mantener la nariz muy cerca del capuchino y bastante alejada de la realidad global, la que se oculta tras los restaurantes de diseño y las cifras macroeconómicas.

"Ramala es una burbuja, un escaparate, el fruto de una determinada estrategia política que a nosotros no nos va mal y al Gobierno de Israel le va muy bien", explica un economista palestino formado en Estados Unidos y muy próximo a la Administración de Fayad. Los dirigentes y diplomáticos que visitan la región suelen hacer parada en Jerusalén y en Ramala, y deducen que la teoría israelí de que se llegará a la paz por la vía de la prosperidad está funcionando. Pocos dignatarios acuden a Hebrón, donde la tumba de Baruch Goldstein (el médico israelí que en 1994 hizo una matanza de palestinos en el santuario de Abraham) se exhibe en un extremo de la colonia de Kiryat Arba, a pocos metros del santuario y de las calles palestinas, y donde la presencia de las fuerzas de ocupación (que tienden a actuar con una despreocupada brutalidad) asfixia cualquier brote de animación social o económica.

Los visitantes ilustres tampoco suelen pasar por los núcleos rurales del valle del Jordán, en plena recesión económica y demográfica, ni por los campos de refugiados esparcidos por el territorio. En las mismas puertas de Ramala y a las afueras de Jerusalén está el de Kalandia, pero no hay por qué verlo: los extranjeros pueden pasar por otra carretera, más vistosa y con un control militar más relajado.

El secreto de la prosperidad de Ramala, y de las hermosas cifras macroeco-nómicas, radica en el extranjero. Por un lado, en la ayuda internacional: si la Autoridad Nacional Palestina maneja un presupuesto de unos 3.000 millones de dólares, casi la mitad, el 45%, procede de las donaciones extranjeras. Por otro lado, en la presencia física de más de 20.000 extranjeros: diplomáticos, cooperantes, periodistas, observadores y técnicos internacionales, con sueldos en general elevados y con tendencia a visitar bares, restaurantes y gimnasios de tipo occidental.

"Puestos a resumir, la nuestra es una economía estrictamente carcelaria; la prisión es más rica que antes, pero sigue siendo prisión. Exportamos lo poco que nos permite Israel y, desde luego, Israel no nos está ayudando a establecer una economía autónoma; si abre un poquito la frontera es porque ello favorece sus propios intereses", afirma un economista palestino que colabora con la ANP y que prefiere no ser identificado.

La preferencia por el anonimato no es rara. Nadie en el círculo de Fayad quiere desmentir abiertamente la optimista doctrina oficial según la cual se está construyendo un Estado con unas instituciones y una economía capaces de funcionar de forma autónoma. Es lo que dice Samir Hazboun, profesor de Economía y presidente de la Cámara de Comercio de Belén: "Las donaciones ayudan, pero nuestra economía se está diversificando realmente y es cada vez más variada".

Por el momento, la diversificación es sólo un proyecto o, en el mejor de los casos, una tendencia. Al menos se ha conseguido frenar la emigración y elevar el nivel de vida. Incluso la corrupción que tradicionalmente ha caracterizado la gestión económica de la Autoridad Nacional Palestina muestra indicios de remitir. Pero el 90% de lo que se consume en Cisjordania procede de Israel, lo que favorece a las empresas israelíes e indica la débil capacidad de producción palestina. La viga maestra del entramado económico cisjordano es la función pública. La ayuda extranjera permite pagar a más de 180.000 funcionarios, una cantidad exagerada para un país sin ninguno de los atributos (moneda, ejército, diplomacia, fronteras) que caracterizan la soberanía. Con los salarios públicos se sostiene a 1,5 millones de personas, entre empleados y familiares, y se mantiene el índice de desempleo dentro de límites tolerables.

Incluso las personas más próximas a Fayad admiten que el "espejismo de Ramala" es síntoma de un riesgo gravísimo. El proyecto de un Estado palestino es más realista que hace 10 años, pero sigue siendo una apuesta contra pronóstico. No sólo porque el Gobierno de Netanyahu permanece enrocado en todo lo que se refiere a revivir el proceso de paz, sigue respaldando la colonización israelí de Cisjordania y mantiene a los palestinos encerrados tras un muro. La propia Autoridad Nacional Palestina no consigue resolver su contradicción más fundamental: Gaza ha quedado en manos de los islamistas de Hamás y Al Fatah ostenta una absoluta supremacía en Cisjordania; Hamás reprime a Al Fatah en Gaza y Al Fatah reprime a Hamás en Cisjordania; los dos grandes partidos palestinos siguen en guerra y, por tanto, no parece posible que se puedan celebrar unas elecciones con un mínimo de legitimidad en el futuro previsible.

Gaza, además, permanece sometida a un absoluto bloqueo por parte de Israel y desde la destrucción a que fue sometida por el Ejército israelí en el invierno de 2008-2009 se ha convertido en un gigantesco campo de concentración de 1,5 millones de habitantes; no falta la comida, gracias a los túneles en la frontera egipcia, pero falta casi todo lo demás, incluida la esperanza. ¿Cómo se puede proyectar un Estado en estas condiciones?

El riesgo, como en anteriores ocasiones, radica en las consecuencias del fracaso. Fayad exhibe el escaparate de Ramala y promete la inminente proclamación de un joven Estado palestino, que sin duda captaría, como dice, grandes corrientes de simpatía en todo el mundo. ¿Y si eso no ocurre? ¿Y si, pese a las presiones de la Casa Blanca, el proceso de paz no resucita? ¿Y si la burbuja revienta?

Pese a todo el resentimiento, pese a la represión israelí y pese a todos los muertos, la población palestina parece desear una paz razonable. Incluso los partidarios de Hamás, que se niegan a reconocer a Israel el derecho a la existencia y propugnan la resistencia armada y la legitimidad del terrorismo, sugieren la posibilidad de un asentimiento tácito. Un nuevo fracaso, por culpa propia o ajena, podría desatar una inmensa frustración y un nuevo ciclo de violencia. Que, a su vez, justificaría la existencia del muro israelí y de ulteriores medidas represivas. Para volver al eterno e inadmisible punto de partida.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 2

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