EDITORIAL
Zapatero, una década
La crisis desbarata la agenda política del líder del PSOE, cuyo mejor aliado es la debilidad del PP
25/07/2010
El hecho de que José Luis Rodríguez Zapatero haya pasado en La Moncloa seis de los 10 años que lleva al frente del Partido Socialista constituye el más expresivo resumen de su gestión política. Para lo bueno y, sin duda, también para lo malo. Su victoria en el 35º congreso del partido fue posible por el enfrentamiento entre corrientes internas que procedían de los tiempos de Felipe González. Rodríguez Zapatero se benefició de ser el único de los cuatro candidatos a la secretaría general que encarnaba lo que el desencantado electorado socialista reclamaba entonces: una renovación en la dirección de su opción política.
La interpretación de ese deseo de cambio como una simple cuestión generacional ha arrojado más costes que beneficios. La dirección del partido se renovó por completo, pero al precio de dejar en el camino la experiencia acumulada por una de las fuerzas políticas imprescindibles en el paso de la dictadura a la democracia y en la gobernación del sistema constitucional desde 1978. La renovación no se llevó a cabo mediante una radical democratización de las estructuras orgánicas para captar el talento emergente -que fue, por otra parte, la condición necesaria para la llegada de Zapatero a la secretaría general-, sino a través de un cierre de filas en torno al nuevo líder. La formación de equipos políticos quedó enteramente sometida a su voluntad, y el debate y la crítica interna fueron desterrados.
Zapatero ha sido el único líder que alcanzó la presidencia del Gobierno en las primeras elecciones generales a las que se presentaba. Ello fue posible gracias a una tarea de oposición que ofreció a los ciudadanos una alternativa a la crispación alentada por el Partido Popular (PP), llevada a sus últimas consecuencias tras los atentados del 11 de marzo en Madrid. La izquierda, que se había desmovilizado con Joaquín Almunia, regresó a las urnas y concedió la victoria al nuevo secretario general del PSOE en 2004.
Una vez en el Gobierno, Zapatero tuvo la oportunidad de abandonar la agenda ideológica impuesta por su predecesor, preocupada por la estructuración del Estado, la unidad histórica o el terrorismo; prefirió, sin embargo, mantenerla, aunque cambiando el sentido de las respuestas y añadiendo nuevos capítulos como la ampliación de los derechos civiles. La crispación no remitió, pero quedó meridianamente clara la responsabilidad del PP y también la raíz ultramontana que lo inspiraba. Sobre esta base y apelando al voto del miedo, Zapatero revalidó su victoria en 2008, aunque con la inevitable consecuencia de verse obligado a gobernar un país cada vez más dividido.
La crisis económica puso fin a la viabilidad de las propuestas económicas del presidente, en particular su preocupación por los avances sociales, y rompió la agenda política. Las debilidades iniciales del liderazgo de Zapatero y del partido que construyó a su medida se hicieron patentes, y solo tras el cambio de rumbo en la política económica es posible entrever un regreso a la realidad y una asunción de los ingentes problemas a los que se enfrenta el país, algunos derivados de la excesiva permanencia de la agenda ideológica. El principal aliado de Zapatero sigue siendo un PP minado por los casos de corrupción y carente de liderazgo y de respuestas.
Tras una década instalado entre los actores principales de la política española, Zapatero se enfrenta a una encrucijada. También su partido. Sea o no el candidato en las próximas elecciones, el futuro del PSOE dependerá de cómo interprete ahora, pasado el tiempo, su victoria en el 35º congreso: como una cuestión generacional o como una democratización interna para atraer el talento emergente. En la elaboración de las próximas listas electorales los socialistas se juegan, o más de lo mismo, o una larga travesía del desierto.
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