El índice erecto de Sarko puede que sea algo más que una señal de su insatisfecha pero compulsiva vocación magisterial, o que la reacción que sigue suscitándole su insaciable Primera Dama, La Poliándrica (recientemente recuperada de sus años de modelo exhibiendo su sexo en la pasarela):
apunta a una altura que él no puede alcanzar con su 1m65 ni poniéndose ocultos tacones en sus zapatos ni subiéndose a un podio invisible ante las miradas y las cámaras de cada ceremonia oficial.
Para consolarse con una ficción estimulante, el pobre Sarko ya ordenó hace unos meses que los obreros de un grupo a los que quería aleccionar fueran seleccionados por la altura de todos ellos: no podían superar la suya.
Para evitar comparaciones con la mucho mayor altura de su cotidiana guardia presidencial, acaba de ordenar que se excluyera a los más altos entre todos ellos.
Pobre presidente patán. Como decía el maestro Quijano, cada uno tiene las preocupaciones que se merece.
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