La editorial Columna publica 'El malson', testimonio humano, jurídico y político de Lluís Prenafeta
Editorial Columna presenta esta semana el libro El malson, que recoge el testimonio humano, jurídico y político de uno de los acusados del caso Pretoria, Lluís Prenafeta, secretario de la presidencia de la Generalitat durante los diez primeros años de Gobierno de Jordi Pujol, que dedicó parte del tiempo que permaneció en la cárcel a escribir sus vivencias. Afirma Prenafeta que "ningún juez imparcial encontrará ningún vestigio que me acuse". A modo de avance editorial, La Vanguardia publica extractados y traducidos del catalán algunos de los episodios humana y políticamente más significativos del libro.
"Queda usted detenido"
Aquel día salí de casa pasadas las 9. Bajé con el ascensor hasta el aparcamiento. Subí al Mini y me dirigí a la puerta. En la misma rampa. aquel individuo me para y me pregunta: "¿Es usted el señor Lluís Prenafeta?". "Sí señor", le dije yo. "Queda usted detenido". Mi reacción fue de una sincera estupefacción. Pensé por unos segundos en una broma de esas de las cámaras ocultas de la televisión. Mientras acababa la frase se sacó del bolsillo una placa de policía. "Queda usted detenido porque está acusado de...". No sé cuántos cargos salmodió, pero sí escuché la última frase: "Por orden del juez de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón... Tiene usted dos opciones: bajarse del coche y seguirnos para evitar un espectáculo innecesario o volver a entrar en el garaje, yo subo con usted y deja el coche en su puesto. Ya le advierto que subiremos inmediatamente a su casa porque tengo orden de registro total de su domicilio". Si me pinchan no sacan sangre. No me sacan nada.
La caja fuerte
"Usted no puede ir al lavabo solo". Tuve que ir dos o tres veces. Me acompañaban hasta la puerta y no me la dejaban cerrar. A eso de la 1 de la tarde me preguntan: "Tiene caja fuerte? Porque si dice que no, la encontraremos de todas formas". "Si, sí que tengo, miren, aquí está". Una caja fuerte grande. ¿Y las llaves? Debieron de pensar que lo hacía adrede, pero hacía un año que había perdido las llaves. "Ah, no encuentra la llave... A buscar un cerrajero".
Aquí tuve un instante de lucidez. "¿A buscar un cerrajero? No hace falta, Llamen al fabricante de la caja y la abrirá en un momento". Nada. El cerrajero. Estuvo dos horas peleando con el hierro y al final la reventó. ¿Qué encontraron? Unas pocas escrituras y las fichas de mis cuadros. Unas fichas con fotografías que hice por si me los robaban para poder presentar a la policía –a ellos– la constancia que evitara que el ladrón los pudiera vender. Las trataron como si fuera un gran tesoro. Una a una las miraron todas. Con deleite. Y luego se las llevaron.
El calabozo
Habíamos empezado a las 9 de la mañana y salíamos de mi despacho a las 11 de la noche. (...) Fuimos a Sant Andreu de la Barca. Al cuartel de la Guardia Civil. Es horrible. Una checa. Un auténtico campamento de checas. Tenía la presión disparada. Pregunté: Cuando esto acabe, ¿dónde me llevarán? "Estará mucho mejor aquí con nosotros que donde le lleven después". Era un lugar siniestro. ¿Dónde podía estar peor? El calabozo medía cinco de mis pasos de largo por tres y medio de ancho. Al fondo había una cama de piedra. Ni váter, ni lavabo, ni ducha, ni espejo. Ni ninguna ventana. Sólo una rejilla a una cierta altura que, como soy bajo, no podía ni siquiera acercarme. En aquel momento oí la voz de Macià Alavedra. Estaba muy nervioso. Como es prostático oí que iba al lavabo muchas veces, algo que irritaba profundamente a los funcionarios. "¿Otra vez, aún no tiene bastante?" Qué noche más horrorosa. ¿Pero qué hago yo aquí?, me preguntaba yo. El día 26 era un hombre libre, tranquilo..., Al día siguiente me había convertido en un desecho.
El alcalde
Nos metieron en dos furgones pequeños sin ventanas. Allá dentro del furgón conocí al alcalde de Santa Coloma. "Y tú quien eres?". "Bartomeu Muñoz". "¿Y qué haces aquí?". "Eso quisiera saber". Estábamos nosotros dos, su concejal de Urbanismo, el presidente de Proinosa, Josep Singla y Luis García, ex diputado socialista.
Luigi
Luis García, Luigi, es un hombre que se movía muy bien en los ambientes urbanísticos. Me lo presentó Macià Alavedra. Aportaba relaciones en el Baix Besòs, una zona que conoce muy bien. Yo había tratado algunas cuestiones con él. Siempre desde el punto de vista privado, nunca desde ninguna instancia oficial. ¿Os interesan estos terrenos? ¿Conoces a alguien que esté interesado en comprar un solar así y así? Cuando Luis García encontraba alguna oferta interesante, Casamitjana lo estudiaba y aceptaba o no la propuesta. Terrenos calificados debidamente. Si interesaba, contactaba con el vendedor. De esta manera hice dos operaciones con Luis García. Y le dí una parte de mi comisión. Dos operaciones lícitas. Absolutamente legales, como se verá.
En la Audiencia
"Venga venga, dense aire, coño, que no nos estaremos aquí todo el día... Un momento, extiendan las manos". Nos esposaron por primera vez. Bajamos esposados a buscar la bolsa negra. Macià casi se cae. Son una imágenes que aún me alteran, estremecedoras. Sólo unos metros más allá, lo juro por mis hijos, nos quitaron las esposas. ¿Qué sentido tenía todo aquello. La triste maniobra formaba parte de las humillaciones a que nos sometieron. ¿Quién dio las ordenes necesarias para que nos sometieran al escarnio público? ¿Quién dio las instrucciones para que la prensa tuviera la imagen que tanta gente había buscado durante tanto tiempo? ¡Lluís Prenafeta y Macià Alavedra, finalmente esposados! No fue gratuito. Hubo órdenes claras y una doble intención.
El interés de Garzón
Intervino el juez. Me preguntó si yo un día había telefoneado a la dirección de Convergència Democràtica para pedirles que se pusieron en contacto con una concejal de este partido en Cerdanyola e indicar si podría recibir a Lluís Casamitjana. Sí llamé a Convergència –respondí– y pedí que me pasasen con alguien de la cúpula. "El de la cúpula que se llama Artur Mas", concretó aún más Garzón. "No. yo no le he dicho esto. Le he dicho alguien de la cúpula". QUÉ
Pienso de Garzón
Es obvio que no puedo expresarme con total libertad. Su historial habla por sí mismo. Es un hombre que ha destacado por sus imprudencias. Grandes resbalones jurídicos. No sabe instruir las causas. Le pierde un exceso de protagonismo. Garzón da miedo. Todo en él destila un aire extraño, que no inspira confianza. Cuando le miras a los ojos te sientes inseguro. Alguien me dijo que algunos diarios habían atribuido todo este caso a una reacción suya ante las causas en las que está implicado. Eso me interesa muy poco. El problema es otro. ¿Por qué un magistrado como Baltasar Garzón, que ha demostrado de manera reiterada que las causas se le escurren de los dedos, continúa ejerciendo?
Las escuchas telefónicas
Me parece aberrante que durante dos años estuvieran grabando cada una de mis conversaciones telefónicas. Esto no es un Estado de derecho. Esto es un Estado de terror. En España nadie debe hablar por teléfono tranquilo. Me ha cogido como una obsesión. Cada vez que suena el timbre del teléfono salto. Nunca recuperaré la tranquilidad. Viví con intensidad el proceso italiano que etiquetaron como Mani Pulite, una cruzada judicial que perpetró el fiscal Antonio Di Pietro. Aquello esquilmó el sistema y el país. Aquel proceso lo derribó todo. Desvelaron algunos delitos y condenaron a algunos culpables, pero ¿a cambio de qué?
La intención política
La actuación de todos los elementos de la Audiencia deja en evidencia la escasa autonomía judicial de Catalunya. Constata de manera agria quién tiene el poder. Y eso interesa en unos momentos en que se cuestiona que el Tribunal Constitucional pueda rectificar la decisión mayoritaria del pueblo de Catalunya expresada en las urnas. En todo este caso hay un componente político indiscutible. No de color político, que también, porque a alguien convenía que hubiera un equilibrio de color político entre los acusados, sino de dominio estructural. Territorial. Un componente agravado por las actuaciones arbitrarias de una magistrado obsesivo.
La celda
Nos obligaban a hacer la siesta. Aquel tiempo se me hacía insoportable. Macià Alavedra y yo encerrados en aquella pequeña jaula. Arriba y abajo. Cuando yo subía, él bajaba. Literalmente. A veces nos cruzábamos en medio. Macià estaba más angustiado y hacía una cábala o una predicción: "Creo quizá nos dejarán ir la semana que viene".Y yo respondía. "Macià, déjalo correr, no sufras de esta manera. Lo que tú piensas no sirve de nada. No te llevará a ninguna parte".
Lo que cuesta la libertad
El día 7 de diciembre por la mañana nos llamaron a Macià Alavedra y a mí. Un oficial del juzgado nos leyó la resolución del magistrado. Un millón de euros de fianza!. Qué barbaridad. Macià estaba más preparado que yo y ya tenía el dinero. Yo, no. No sentí ningún resentimiento. Pero a las 11 de la noche, cuando Macià vino a despedirse, me vencieron los miedos. No quería estar ahí ni un minuto más. Yo, que había aguantado tanto, me rompí. Al día siguiente, mi abogado Juan Córdoba me pidió que resistiera, que no aceptara una fianza tan desmesurada, pero yo ya no podía más. Mi familia lo entendió. Se movilizaron para conseguir el dinero.
Recuperar la vida
Está mi mujer y están mis hijos, y están mis amigos. Todos se han comportado conmigo de una manera admirable. Resultaría injusto o excesivamente dramático decir que esto lo he descubierto ahora. Ya lo sabía. Pero, en todo caso, nunca la vida les había puesto a prueba de una manera tan decisiva. Han estado a la altura. De principio a fin. Por ellos, vale la pena recuperar la vida que alguien quería arrebatarme.