Europa se rinde al mercado
Lluís Foix | 22/11/2010 - 22.15 horas
La crisis de los mercados está provocando caídas de gobiernos, manifestaciones de protesta, rescate de países en quiebra y una incertidumbre generalizada sobre el futuro de un sistema que está gestionado por los mercaderes que desataron la crisis. Irlanda ha seguido a Grecia en pedir al Banco Central Europeo y al Fondo Monetario Internacional que la saquen del pozo de un déficit público que no puede afrontar por su cuenta.
El primer ministro irlandés ha convocado elecciones para el mes de enero. La posibilidad de que Portugal, Italia y España estén en las puertas de pedir auxilio a las instituciones financieras internacionales no hay que descartarla, a pesar de la insistencia de los respectivos gobiernos de que no se llegará a esta situación. Hubo políticos y banqueros europeos, también en nuestro país, que este mismo año ponían a Irlanda como ejemplo de éxito y modernidad. El crecimiento irlandés era espectacular y los capitales acudían a Dublín con la misma celeridad que ahora lo abandonan.
Estamos ante una crisis económica de dimensiones globales en la que la política sigue los pasos del mercado y no al revés. El éxito de la Europa que nació con el Tratado de Roma de 1957 no fue de los banqueros ni de los intelectuales. Fue un éxito de la voluntad política de unas cuantas personalidades que trazaron las líneas sobre cómo reconstruir un continente que había quedado desolado por dos guerras mundiales.
La economía fue el primer peldaño de la creación de la Comunidad Económica Europea. Pero detrás de la economía había una visión política que consistía en canalizar los esfuerzos comunes para que quien cumpliera los requisitos democráticos pudiera entrar voluntariamente en un club que ha conseguido lo que no se conocía desde hacía siglos. Europa es hoy, y esperemos que por mucho tiempo, un continente que ha restañado las heridas de las guerras y vive en un amplio espacio de convivencia.
Europa no se construyó para que unos estados se impusieran sobre otros. Un personaje nada sospechosos como Jorge Semprún ha escrito que "no fue un invento de izquierdas, sino de los grupos democristianos, que convirtieron Alemania y Francia en el gran motor de un proyecto supranacional que hizo de la democracia uno de sus pilares esenciales".
Lo que Jean Monnet creó fue un invento en el que cada país perseguiría su interés nacional, pero una vez que los diferentes intereses nacionales se introdujeran en la caja negra de la integración europea, por el extremo opuesto aparecería un proyecto europeo. Europa pretende ser y lo ha conseguido hasta ahora un espacio de convivencia y de protección de minorías.
La Europa de los Estados está cediendo a la Europa del mercado y de los mercaderes sin rostro. Siguiendo las teorías del liberalismo extremo en Estados Unidos y Gran Bretaña de los años ochenta, el mundo financiero ha robado el principal protagonismo al mundo político. Provocó la crisis de 2008 y desde entonces intenta imponer las recetas que no pasan por la política. Es un mal camino.
El primer ministro irlandés ha convocado elecciones para el mes de enero. La posibilidad de que Portugal, Italia y España estén en las puertas de pedir auxilio a las instituciones financieras internacionales no hay que descartarla, a pesar de la insistencia de los respectivos gobiernos de que no se llegará a esta situación. Hubo políticos y banqueros europeos, también en nuestro país, que este mismo año ponían a Irlanda como ejemplo de éxito y modernidad. El crecimiento irlandés era espectacular y los capitales acudían a Dublín con la misma celeridad que ahora lo abandonan.
Estamos ante una crisis económica de dimensiones globales en la que la política sigue los pasos del mercado y no al revés. El éxito de la Europa que nació con el Tratado de Roma de 1957 no fue de los banqueros ni de los intelectuales. Fue un éxito de la voluntad política de unas cuantas personalidades que trazaron las líneas sobre cómo reconstruir un continente que había quedado desolado por dos guerras mundiales.
La economía fue el primer peldaño de la creación de la Comunidad Económica Europea. Pero detrás de la economía había una visión política que consistía en canalizar los esfuerzos comunes para que quien cumpliera los requisitos democráticos pudiera entrar voluntariamente en un club que ha conseguido lo que no se conocía desde hacía siglos. Europa es hoy, y esperemos que por mucho tiempo, un continente que ha restañado las heridas de las guerras y vive en un amplio espacio de convivencia.
Europa no se construyó para que unos estados se impusieran sobre otros. Un personaje nada sospechosos como Jorge Semprún ha escrito que "no fue un invento de izquierdas, sino de los grupos democristianos, que convirtieron Alemania y Francia en el gran motor de un proyecto supranacional que hizo de la democracia uno de sus pilares esenciales".
Lo que Jean Monnet creó fue un invento en el que cada país perseguiría su interés nacional, pero una vez que los diferentes intereses nacionales se introdujeran en la caja negra de la integración europea, por el extremo opuesto aparecería un proyecto europeo. Europa pretende ser y lo ha conseguido hasta ahora un espacio de convivencia y de protección de minorías.
La Europa de los Estados está cediendo a la Europa del mercado y de los mercaderes sin rostro. Siguiendo las teorías del liberalismo extremo en Estados Unidos y Gran Bretaña de los años ochenta, el mundo financiero ha robado el principal protagonismo al mundo político. Provocó la crisis de 2008 y desde entonces intenta imponer las recetas que no pasan por la política. Es un mal camino.
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