Curioso documental sobre Aznar, el emitido esta semana por TV3.
La autoría colectiva es británico-catalana. Los expertos a uno y otro lado mantienen la distancia crítica, prescindiendo tanto de la apología como del panfleto. Gabilondo aparece como uno de ellos, con admirable precisión.
El protagonista, Aznar confirma espontáneamente su soberbia sin causa. Con su ancha sonrisa en las Azores, empequeñecido entre Bush y Blair, como si estuviese disfrutando de la guerra que decidían. Hinchado de orgullo paterno en el casamiento de su hija en medio del espectacular escenario castellano. La reconquista de Perejil marca la cima de sus impulsos épicos acoplados a su vocación de copista de modelos norteamericanos. La tragedia de Madrid y su equivocada imputación a la ETA -error compartido por muchos, con efectos devastadores para la candidatura de Rajoy su ungido llamado a sucederle. Y ya ex presidente, autosolemnizándose en cada etapa de sus nutridos viajes postpresidenciales como si, incorporado a la farándula, fuese un intelectual de primera fila o un ex gobernante de la talla de Bill Clinton o Tony Blair, esperado y aplaudido por las élites transnacionales de las grandes universidades, las mayores empresas, los periódicos de máxima influencia.
Echo de menos, sin embargo, aquel momento televisivo que inesperadamente, nos reveló otro Aznar, espontáneo, incapaz de controlar sus lágrimas cuando anunció a España y al mundo su designación de Rajoy como candidato llamado a ser su heredero y continuador dejando fuera de carrera a Mayor Oreja y Rodrigo Rato, que también situó a su lado. No sé si las lágrimas de Aznar eran por la imposibilidad de conferir a los tres la sucesión o por su convicción de que ninguno de ellos aseguraba al PP un futuro triunfal. Mayor Oreja acaba de confirmarlo al denunciar a Zapatero y ETA como aliados potenciales, mensaje que no alcanzó apoyos ni en el propio PP y que fue expresamente rechazado por el líder fundacional, Fraga Iribarne. Rodrigo Rato ya mostró sus limitaciones tiempo atrás, al abandonar el timón del Fondo Monetario Internacional sin dar razón alguna de tan insólita decisión. Y el pobre Rajoy las confirma día a día, con sus silencios cómplices ante los escándalos de su partido en Valencia, Baleares y el propio Madrid, y con su singularísmo fracaso personal en las encuestas precisamente ahora, cuando ellas mismas nos dicen que el PP está superando cada vez más al PSOE en intenciones de voto.
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